La Virgen, según nos la pintan los Evangelios, es la mujer del silencio. Pocas palabras dijo pero las escuchaba y meditaba a todas. Estaba atenta y en silencio cuando recibe el anuncio del Ángel "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo" Las palabras que enriquecen son las que se reciben en el silencio, como las de la anunciación; las de respuesta a un servicio, como las de Isabel: "Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor. La cultura moderna nos invita, sin embargo, a aturdirnos de palabras, que en su mayoría ni siquiera entendemos, como sucede con las de las canciones que creemos escuchar pero que, en verdad, no escuchamos. Escuchar viene de auscultar, y auscultar es poner el oído junto al corazón para sentir sus latidos. La Virgen escucha nuestra oración, poniendo su oído junto a nuestro corazón.
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